Origen del movimiento estudiantil de 1968 en México

La matanza ocurrida en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco en la Ciudad de México el 2 de octubre de 1968 es unánimemente vista hoy día, tras décadas de reclamos de justicia para un gobierno que no se prestó desde el comienzo a la transparencia, como «la brutal culminación de delitos que podrían ser considerados contra la humanidad» (Comisión Nacional de Derechos Humanos) que realmente fue. Aunque los detalles de la matanza son bien conocidos en la actualidad gracias a las labores de rescate y publicación de testimonios, el inicio del movimiento estudiantil que desembocó en esa «brutal culminación» suele quedar relegada a un plano secundario, a pesar de que el espíritu de justicia que dio nacimiento al movimiento mismo no es un legado que deba ser olvidado.

La primera matanza estudiantil moderna en México tuvo lugar 26 años antes de la matanza de Tlatelolco, en 1942, cuando estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN) de la Ciudad de México fueron reprimidos letalmente por elementos policíacos durante una protesta para exigir, entre otras cosas, el legítimo reconocimiento del instituto por parte de la Secretaría de Educación Pública (Rodríguez, p. 4). Este primer registro de la represión gubernamental contra la incomodidad de los reclamos estudiantiles marcaría el comienzo de una serie de ataques durante las dos décadas previas al nacimiento del movimiento de 1968.

El antecedente directo de la formación del movimiento estudiantil de 1968 llegó el 22 de julio de ese año por un conflicto entre estudiantes de las preparatorias vocacionales 2 y 5 del IPN y la Preparatoria Isaac Ochoterena de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Investigaciones en años posteriores a este conflicto seminal mostraron que ambos bandos de la riña callejera habían sido infiltrados por pandilleros y provocadores políticos que intensificaron la pelea con la intención de crear inestabilidad (Castillo García).

Una vez que el conflicto entre estudiantes de nivel medio superior escaló, la intervención de la policía no se hizo esperar. Un grupo de granaderos llegó con motivo de disolver el conflicto, pero eventualmente no sólo se abocó a agredir a los estudiantes con desmedida violencia, sino también a invadir las instalaciones escolares y golpear al cuerpo docente y de empleados. A pesar de los llamados de los directivos de las escuelas cuyos alumnos participaron en el conflicto, la intervención de la policía no cesó (ibid.).

El 26 de julio se organizó, por parte de cuerpos de estudiantes del IPN y la UNAM, la primera de las manifestaciones en respuesta a la represión y el abuso de poder derivados de los hechos de aquel 22 de julio. La protesta, que comenzaba así una bola de nieve inspirada también en movimientos similares que tomaban lugar en universidades importantes de diferentes países del mundo (Pérez Arce Ibarra), tomó la forma que, a lo largo de los meses siguientes y en vísperas de la matanza del 2 de octubre, terminaría por definirse no sólo entre y para los estudiantes universitarios, sino también para toda la sociedad: una respuesta al autoritarismo impuesto por un partido político que llevaba ya décadas manejando la política nacional a su antojo y con impunidad ante sus actos de violencia.

La historia del origen de un movimiento cuya represión tuvo efectos profundos que aún se resienten en la sociedad mexicana es parte indispensable para entender el reclamo de justicia de los sobrevivientes que sólo en parte y con reticencia ha sido escuchado. Es, también, un recordatorio y advertencia de los peligros del autoritarismo, sea cual sea la época y el lugar.