De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), hasta la fecha del último Censo de Población y Vivienda (2020), del total de más de 126 millones de habitantes de México, el 51.2% eran mujeres, lo que quiere decir que hay 64.5 millones de mujeres, más de 3 millones por encima del número total de hombres (UNFPA México, s. f.). Con estos números en mente, no es poca cosa intentar entender las características del acceso a la educación dentro del país de las mujeres, que son más de la mitad del total poblacional, y la manera en que estas condiciones de acceso pueden estar relacionadas asimismo con causas que tienden a reflejar una desigualdad de oportunidades profesionales arrastrada desde hace siglos.
Desde los tiempos de la Colonia española en el territorio hoy constituido por México, el papel esperado de las mujeres de clase media y alta consistía en dedicarse a la crianza de los hijos dentro del hogar, del que se veía a la figura paterna como proveedora. En las clases de menor poder económico, por otra parte, las mujeres tenían una mayor libertad para ocuparse profesionalmente, aunque de igual manera con limitaciones: podían dedicarse al servicio doméstico en los hogares de clase alta, a la costura o a la preparación y venta de alimentos (Pérez Toledo, 2003). Sin embargo, una condición compartida tanto por las mujeres de clase alta como las de clase baja era la de la imposibilidad de acceder a la educación especializada más allá de la formación básica que podía conseguirse para las niñas ―de nuevo, principalmente en la clase alta― a través de instituciones particulares, que podía incluir lectura y escritura, matemáticas básicas, doctrina católica y labores domésticas como el hilado (Córdoba Navarro, 2014; González y Lobo, s. f.; Pérez Toledo, 2003). En tanto los hombres mexicanos de clase alta ya desde la Colonia podían acceder a instituciones de educación superior, controladas por la Iglesia, para titularse e integrarse como profesionistas en la sociedad, las mujeres que aspiraban a la continuación de su educación básica por lo general debían internarse en conventos, ya que como monjas no sólo no se les exigía casarse y dedicarse de esa manera al hogar, sino que además podían, aunque también con limitaciones, acceder a materiales que les permitían seguir formándose intelectualmente a través de la escritura y la lectura (Córdoba Navarro, 2014).
Fue hasta el siglo XIX, después de la guerra de Independencia, que comenzaron a surgir proyectos en México enfocados en mejorar el acceso a la educación y el conocimiento científico para las mujeres no religiosas, aunque igualmente en función de la creencia de que una mujer bien educada podría ser una mejor madre y servir con más eficacia a la crianza de sus hijos en el hogar (González y Lobo, s. f.: 54). Sin embargo, una vez más, las publicaciones periódicas que salieron a la luz con este fin eran accesibles sólo para mujeres de clase alta (ib.). Hacia finales del siglo, en especial a partir del porfiriato, y de a poco, fueron abriéndose espacios para que la mujer pudiera formarse como profesora de primaria y secundaria, para que accediera a escuelas particulares de bachillerato y para que las mujeres obreras pudieran acceder a escuelas para adultas donde se les capacitara para trabajar a la par de los hombres (op. cit.: 56-57). Después del caso de Matilde Montoya, que a contracorriente y a pesar de los prejuicios de muchos médicos hombres logró convertirse ―a través de la intervención directa de Porfirio Díaz― en la primera mujer con un título universitario en México, en 1887 (op. cit.: 58), los esfuerzos de las mujeres por abrirse campo en la educación superior dieron frutos para la mayoría de la sociedad hasta la década de 1930, cuando comenzaron a aparecer las primeras instituciones públicas de formación universitaria donde se admitían mujeres (Villasana y Gómez, 2021).
Aunque mucho han logrado los esfuerzos de las mujeres en el campo educativo en México (lo que se demuestra, por ejemplo, en el hecho de que en la actualidad es menor el número de mujeres en México que nunca ha asistido a la escuela en comparación con el número de hombres; INEGI, 2022: 13), hay mucho todavía por hacer como sociedad para que los números de mujeres educadas representen de verdad una igualdad en el campo profesional: no hay ni un solo nivel de escolaridad que no muestre una diferencia significativa en los ingresos promediados de hombres y mujeres que tienen dicho grado de formación académica (INEGI, 2023: 21). Lo que es más: una vez que las mujeres y los hombres consiguen el nivel de posgrado, la diferencia entre sus ingresos promediados se vuelve más grande, ya que en tanto las mujeres con posgrado ganan en promedio $294,100 al año, los hombres con posgrado ganan en promedio $425,648 (ib.), una diferencia de más de $130,000 pesos anuales. Asimismo, en México las mujeres, independientemente de nivel educativo, registran hasta el día de hoy una tasa de informalidad más alta en sus ocupaciones en comparación con la tasa de informalidad de los trabajadores hombres, ya que más del 54% de las mujeres con una ocupación en México trabaja en condiciones de informalidad (INEGI, 2024: 9), lo que significa trabajar, por ejemplo, sin seguridad social o en empresas que no se reconocen como su fuente de trabajo.
Como puede verse desde la perspectiva histórica, no es poco lo que se ha conseguido lograr gracias al esfuerzo femenino en nombre de una educación realmente igualitaria y universal, pero no es poca cosa tampoco lo que, desde las condiciones sociales actuales, debe todavía lograrse para que la educación represente para mujeres tanto como para hombres los mismos beneficios personales y profesionales.
Referencias
—Córdoba Navarro, M. (2014, 2 de marzo). Un acercamiento a la historia de la educación de la mujer mexicana. Revista Universitaria Digital de Ciencias Sociales. https://virtual.cuautitlan.unam.mx/rudics/?p=52
—González y Lobo, Ma. Guadalupe. (s. f.). Educación de la mujer en el siglo XIX mexicano [versión electrónica]. Casa del Tiempo 99, 53-58. https://drive.google.com/file/d/1QB3b8TnEtQsbdp7YSPgxn7TKFHhcLawY/view?usp=sharing
—Instituto Nacional de Estadística y Geografía. (2022, 29 de noviembre). Encuesta Nacional sobre Acceso y Permanencia en la Educación (ENAPE) 2021 [versión electrónica]. https://drive.google.com/file/d/17aF6pZfdC-qDk-DbEWRhWs_Ic5jUFkdQ/view?usp=sharing
—Instituto Nacional de Estadística y Geografía. (2023, 26 de julio). Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares 2022 (ENIGH) [versión electrónica]. https://drive.google.com/file/d/17cJQmCAlpZigjXbVOXJDCp5Ty2fthYtM/view?usp=sharing
—Instituto Nacional de Estadística y Geografía. (2024, 25 de enero). Indicadores de ocupación y empleo: diciembre de 2023 [versión electrónica]. https://drive.google.com/file/d/1QC3mCyUW4NNSKfpP1QcOnAcXq8bNGU9O/view?usp=sharing
—Pérez Toledo, S. (2003). El trabajo femenino en la Ciudad de México a mediados del siglo XIX [versión electrónica]. Signos Históricos 10, 80-114. https://drive.google.com/file/d/1QAuLqqOMLSomQvkk5Q5jXZaDUMm4ffxs/view?usp=sharing
—UNFPA México. (s. f.). Qué hacemos: población y desarrollo. https://mexico.unfpa.org/es/topics/poblaci%C3%B3n-y-desarrollo-2
—Villasana, C. y Gómez, R. (2021, 16 de enero). Las primeras mujeres universitarias que estudiaron en México. El Universal. https://www.eluniversal.com.mx/opinion/mochilazo-en-el-tiempo/las-primeras-mujeres-universitarias-que-estudiaron-en-mexico/